En el himno “Patmos”, Hölderlin escribe lo siguiente:
«¡Cercano, y difícil de captar, el dios!
Pero dónde está el peligro, crece también lo que lo salva.»
Es difícil en nuestros días mirar y reconocer lo sagrado que reposa en la cercanía. El milagro de la vida, el milagro del ser. Cubierto ya prácticamente todo bajo el manto de la ideología, las cosas mismas son miradas desde el Ojo Medusa de la teoría, del código, del panfleto, de la clasificación. Pero cada vez menos desde el ser sagrado y misterioso de las cosas mismas. Cercano y difícil de captar el sentido real de lo que nos rodea. Difícil comprender que cualquiera que sea nuestra idea de Dios o lo Divino, allí reside: en el enigma sencillo y cercano de las cosas mismas.
En mi visión personal, amar a Dios es amar las cosas que creó, respetar a Dios es respetar las texturas que dispuso a nuestro alrededor para el crecimiento de nuestra dimensión física y nuestra dimensión trascendente. Así comprendida mi propia fe, pensé las Monulas como el conjunto mismo de la obra divina y Chen del Llerel como esa tierra prometida a la que se accede cuando se acepta mirar el sentido sagrado de la vida y no su utilidad. Entramos a Chen del Llerel cuando aceptamos mirar lo bello tuyo, lo bello mío, lo bello nuestro, desde una percepción compasiva, receptiva y afectuosa hacia todo lo viviente. Cuando percibimos el cosmos mismo como obra divina por excelencia, como obra perfecta y misterioso del que el ser humano forma parte como eslabón y partícipe, no como dueño y trasmutador.
Así, las Monulas, las texturas, son presencias que residen en lo cósmico, en la cadena de existencias entrelazadas. Son la interpretación de lo que es presencia. Las Monulas nos invitan a recordar que las texturas de la vida no existen para ser torcidas ni manipuladas al capricho humano. El mundo no existe para perecer bajo la apropiación humana. Por eso las Monulas nos invitan a ser hombres-totumo, interpretes permanente del silencio, el vacío y la sacralidad del mundo. Nos plantean una renuncia a lo útil en beneficio de lo cósmico. Por eso las Monulas son capaces de encarnarse en todo y llevar todos los nombres. No tienen morada, y sin embargo, entre la vastedad de la tierra y el cielo se extiende su residencia. No hay razón alguna para invocarlas, tampoco se las busca, sino que advienen siempre como acontecimiento cuando el ser humano se olvida de sus imperios subjetivos y se entrega a la maravilla de una nueva mirada, a la belleza del puro ser como presencia. Así, las Monulas no crean, sino que “revelan”, “desocultan”, “muestran”, y “fundan” aquel espacio donde el ser despliega su acontecimiento esencial y acompaña al ser humano en su travesía mortal y efímera.
En la poesía no es común que, cuando dos o más poetas hablan del mismo sentimiento, lo expresen de la misma forma. Ese es el gran misterio que se encuentra en los sentimientos y en el sentir humano. A pesar de que todos amemos, odiemos, despreciemos y sintamos desprecio, el sentimiento siempre se percibirá de forma diferente. Así, buscamos en la poesía lo que mejor reconozcamos como nuestro, lo que nos haga sentir "en casa".
ResponderEliminarEs curioso cómo las monulas de la poesía se mueven de manera tal que cada vez que leemos poesía no son la misma. No es lo mismo leer poesía con un ánimo apagado que cuando está haciendo un día soleado.
La poesía muta, se esconde y sale al encuentro cuando menos lo pensamos. Nos alumbra caminos ocultos y nos niega la entrada a castillos que hemos visitado millones de veces. La poesía nos da esperanza o nos niega toda salvación. La misma poesía puede hacernos morir de amor u olvidarnos de que existe algo más allá de nosotros mismo.