LOS ZAPATOS? NO!! EL MUNDO DE LA LABRADORA!!





Heidegger mira los zapatos de la labradora. Heidegger mira el Campanario de la Iglesia de Todnauberg. Heidegger todo lo mira. En todo quiere desocultar el misterio. El misterio de un MUNDO que yace aquí, a la espera de ser desocultado. La VERDAD que yace aquí a la espera de ser desocultada.

Para Heidegger la vida humana sólo tiene sentido, es decir, BELLEZA, cuando es portadora de MUNDOS, de VERDADES ESENCIALES. 

Mi casa no es bella por sí misma, lo es sólo si es evocadora de mi propio mundo, de mi propio sentido, de mi propia belleza, de mi propia verdad.

El ser-ahí ya no se conforma con las formas, con las cáscaras. Ya no soporta la superficie vacía. Quiere mirar, quiere buscar, quiere descubrir en cada cosa un mundo, en cada cosa una belleza, en cada cosa una verdad esencial.

El ser-ahí es entonces, evocador, invocador. Descubridor inagotable de la pregunta que interroga por el sentido del ser: Sabes qué soy? Sabes cómo soy? Sabes qué significo? Sabes qué evoco? Quieres mirarme nuevamente?

Mírame nuevamente! Y verás que no soy sólo "los viejos zapatos de la labradora"...🌱🙏✨

 

Comentarios

  1. Desde mi perspectiva, comparándolo con mi jarra para hacer velas, este simple objeto no es solo una herramienta. Cada vez que la tomo entre mis manos, no solo estoy creando una vela; estoy desocultando algo más profundo, algo que yace en mi interior y en el mundo que me rodea. La jarra que utilizo no es solo un contenedor; es un puente hacia un acto creativo que me conecta con algo más grande, con una verdad que, tal vez, no puedo expresar completamente en palabras, pero que siento en cada proceso de transformación, desde la cera líquida hasta la llama que se enciende.

    Así como Heidegger contempla los zapatos de la labradora y ve más allá de su utilidad, en esta jarra veo más que un simple objeto. En ella se refleja mi capacidad de crear, de transformar la materia en luz, de convertir lo cotidiano en algo con sentido, algo bello. No es solo una vela, es un pequeño mundo que desoculto cada vez que hago ese ritual: derrito, vierto, espero, y finalmente, enciendo. En ese proceso, me desoculto a mí misma, porque cada vela que hago es un acto de revelación, no solo del objeto en sí, sino de lo que significa para mí crear algo con mis propias manos.

    Al igual que la labradora con sus zapatos, que llevan las huellas de su vida, de sus caminos recorridos y de su esfuerzo, yo dejo en esta jarra algo de mí. Cada vela que nace de ella porta mi esfuerzo, mi creatividad, mi búsqueda constante de sentido. No estoy satisfecha con las formas vacías; quiero mirar más allá, descubrir en cada vela que hago una belleza que no es superficial, sino que proviene de lo esencial, de lo que significa para mí crear y ser en este mundo.

    Cada vez que me pregunto: ¿Qué significa esta jarra? ¿Qué significo yo mientras la uso? — no es una pregunta vacía. Es un llamado a mirar nuevamente, a encontrar lo que hay detrás de lo aparente. Como dice Heidegger, no son solo "los viejos zapatos de la labradora". De la misma manera, esta no es solo una jarra para hacer velas. Es un espejo de mi propia existencia, un pequeño mundo que, a través de un simple acto, me invita a descubrir lo que soy, lo que creo, y lo que significo en este lugar.

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  3. Heidegger nos muestra que cada cosa del mundo alberga en sí una universalidad de posibilidades, un posible misterio que se torna en un silencio que sólo el espíritu sosegado es capaz de desvelar. Al observar los zapatos gastados del campesino o el campanario solitario de Todnauberg, no sólo se contemplan objetos que poseen una corporalidad ontológica, sino que mediante ellos surge la posibilidad de adentrarse en lo que cada uno de ellos encierra: una posibilidad de mundo. Hasta cierto punto, esta clase de imperativo existencial propuesto, llama mi atención, pues soy capaz de ver dentro de mi misma esta clase necesidad. Ha medida que he ido madurando he podido encontrar cierta clase de goce en el silencio y en la tranquilidad, en la necesidad de aislarse para encontrar paz en la soledad.

    En primer lugar, ese acto de mirar exige un vaciarse de sí mismo, la posibilidad de desalojar el espacio más intimo que nos conforma. Encuentro de este modo importarte mencionar que este silencio al que hago referencia no es un silencio de simples sonidos amortiguados, es el silencio de la mente, una mente que en ese momento deja de abarcar y retener. Hace años me he dedicado a practicar el budismo, y el constante aprendizaje de este ha logrado en mi la apreciación de un silencio concebido como un punto en el que las ilusiones de la mente comienzan a disolverse. Menciono esto porque es una manera de la mente para desapegarse de las imposiciones del mundo, una forma en la que se entrega a la posibilidad de dejarse llevar por el vacío.

    Mis espacios, aquellos lugares que habito -desde mi cuerpo, hasta mi habitación- esos lugares aparentemente ordinarios que habito día a día, se revelan, bajo esta perspectiva, y pasan de ser mundanos y temporales a espacios que me pertenecen, me atrevería a decir que en en cierto sentido, estos se vuelven sagrados para mi. Mi casa, mi habitación, mi habitar en el mundo, no poseen en sí mismos belleza; más bien, estos son bellos porque, en esta clase de silencio, yo me encargo de otorgarles un sentido. Y ese sentido, como intuye Heidegger, no es algo que me haya sido dado por alguien externo, más bien es es algo que emerge de lo cotidiano y lo esencial, algo que yo misma me he encargado de descubrir y construir cada día de mi existencia. El ser-ahí, para Heidegger, no se ciñe a las formas ni a lo que se espera de estas, por lo tanto sería casi que lógico ver la vida como este impulso de querer ver más allá, de exigir a cada cosa su propia realidad.

    Desde esa óptica, este silencio que tanto pretendo defender, no es sólo un requisito ni una imposición que me obligue a mirar, sino un requisito para estar, para ser en sí. Es en esa quietud donde cada cosa podrá manifestar su esencia, y donde yo misma en tanto creadora de esta vida que vivo, podré empezar a encontrar un sentido, un sentido que nadie más puede regalarme ni otorgarme. Por eso, cada objeto que contemplo desde la quietud constituye una oportunidad de descongestionar mi mente, de permitir que la verdad de esa cosa -ya sea un zapato gastado o el campanario de un pueblo- revele su propio mundo.

    Al final, todo lo que miro desde el silencio es, en cierta medida, un espejo de mi propio yo.

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  4. Después del golpe en el asfalto, llevas los huesos desacomodados. Una fractura, puede ser en el cuerpo una abertura como la de la silla de Van Gogh en la que descubres que la belleza en la obra de arte se refleja en la labor diaria, en el paso de los años, en el vivir y moverse distinto por el mundo, tal vez observen ese cuerpo desajustado , pero ese cuerpo desoculta la nueva disposición en la que pones ahora las cosas como ese lecho que te recibe para darte cobijo, los medicamentos y pomadas que prescribe tu madre y que han sido milenarios para la cura de enfermedades, para la cura del dolor.

    El cuerpo es habitado con una mirada viva hacia el sentir, un cuerpo que se diluye en el agua, en el viento.

    Recuerdas la bicicleta o el día en que salias a caminar y tú cuerpo se disponía a sentir el mundo en las plantas de tus pies , el ruido de la ciudad te recuerda que es un día más para escaparte al parque y ver el charco en el suelo, y las hojas de los árboles bailando en círculos, la lluvia caía y tú cuerpo se empapaba con el agua que ahora es un elixir pues ya no tenias en casa.

    El cuerpo se extendía para que el sol de la casa de tus abuelos te traspasara los huesos, las botas
    del abuelo como las de la labradora están un poco desgastadas, pero no era eso lo que veias, lo que observas de esas botas eran los dias que pasaba tu abuelo en el pantano, en el campo trabajando, caminando, recolectando agua, recogiendo leña y pastando el lugar de los animales, aquellas botas ahora están en tu cuarto porque quieres que siempre se desoculte la vida que admirabas de tu abuelo.

    Ahora tu cuerpo hace parte de un eslabón de cuerpos que desocultan lo imprevisto de la caída de los cuerpos o de vivirse en el cuerpo que se esconde en la uniformidad, el cuerpo de lo "accidental".

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  5. A mis 86 años, contemplo los objetos que han formado parte de mi vida: pinceles desgastados, lienzos inacabados, medallas de mis años como policía que reposan en un cajón. Reflexiono sobreHeidegger y su afán por desvelar el misterio en cada cosa. Él observaba los zapatos gastados de una labradora, buscando ir más allá de las apariencias para encontrar verdades esenciales. Para Heidegger, la vida adquiere sentido y belleza cuando revela mundos y profundidades ocultas. Su "ser-ahí" no se conforma con lo superficial; anhela descubrir en cada objeto un universo, una verdad que espera ser revelada.
    Sin embargo, me pregunto si también existe belleza en el acto de dejar ir, de desechar lo viejo para dar paso a lo nuevo. De mis medallas ya solo guardo un par de fotografías; los uniformes viejos fueron desechados. Mis cuadros, cuando ya no caben en las paredes de mi hogar, encuentran lugar en los muros de amigos. Los libros que amé leer pasan a nuevas bibliotecas. Y son los muros vacíos, los cajones vacíos, los espacios en mi biblioteca lo que más me impulsa. La tecnología que aterraba a Heidegger me obliga a cambiar, innovar y aprender a diario. Tal vez la verdad de las cosas es que, si permitimos que prolonguen su vida con nosotros indefinidamente, no dejarán espacio para la búsqueda que, al fin y al cabo, es el motivador del hombre.
    Al desprendernos de objetos cargados de historia y nostalgia, no solo liberamos espacio físico, sino que también abrimos un vacío lleno de posibilidades. Como pintor aficionado, he aprendido que el vacío es una invitación a la creación. Un lienzo en blanco puede parecer intimidante, pero también es emocionante; representa la oportunidad de plasmar algo nuevo, de explorar territorios desconocidos. En la vejez, es difícil desprenderse de los objetos que nos han acompañado durante décadas. La nostalgia es una compañera que puede atraparnos en el pasado, impidiéndonos apreciar el presente y anticipar el futuro. Pero hay una belleza innegable en soltar, en permitir que lo nuevo entre en nuestras vidas.
    Heidegger podría argumentar que al desechar estos objetos, perdemos la oportunidad de desocultar verdades esenciales. Sin embargo, Adorno, en su "Teoría Estética", critica este enfoque por ser excesivamente abstracto y alejado de la realidad material y social. Adorno sostiene que el arte y los objetos están intrínsecamente ligados a las condiciones históricas y sociales en las que existen. Aferrarnos al pasado puede estancarnos y hacernos perder de vista el flujo constante de la vida.
    Por su parte, el filósofo francés Bachelard, en "La poética del espacio", nos invita a explorar la belleza del vacío y la imaginación que este provoca. Sugiere que los espacios vacíos, como una casa sin amueblar , estimulan nuestra creatividad y nos permiten proyectar en ellos nuevos significados y sueños. Desde esta perspectiva, al desprendernos de las cosas viejas, no perdemos parte de nosotros mismos, sino que ganamos la oportunidad de reinventarnos y expandir nuestro mundo.
    La tecnología, que tanto preocupaba a Heidegger, me obliga hoy a cambiar, a innovar y a aprender constantemente. Quizás la verdad de las cosas es que, si permitimos que su vida con nosotros se extienda indefinidamente, no dejarán espacio para la búsqueda y el descubrimiento que son los verdaderos motivadores del ser humano.
    En mi experiencia, aferrarme a ciertos objetos y recuerdos puede ser una carga. Los años en el servicio me dejaron con memorias agridulces y objetos que, aunque significativos, también llevan un peso emocional. La nostalgia puede ser reconfortante, pero también puede convertirse en una prisión si no la manejamos con cuidado. Este proceso de renovación nos permite otorgar nuevos significados a las cosas. El vacío que queda al desprendernos de lo viejo no debe temerse, sino celebrarse como el preludio de nuevas posibilidades.

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  6. La importante de la fenomenología siempre esta reformada en estas enseñanzas, y quiero compararla con un cuento que se llama Solomán, el cuento trata de un héroe sin poderes y sin ser tan super poderoso como otros súper héroes, la lección que esta allí es la simples, no hay que complicarse con sobre pensar esto o aquello, muchas veces es mucho más efectivo y fructífero el tomar las cosas sin complicaciones. Y siento que muchas veces es esto lo que se resalta con Heidegger, no hay que irse hasta los grandes extremos de la metafísica para hacer filosofía, para formarse a si mismo, muchas veces es mejor reconocer lo que soy por lo que me hace feliz, por lo que me gusta usar y por lo que aprecio, sin la necesidad de escuchar a externos, de la manera en que reconozco la intimidad.

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